la naturaleza hace lo que quiere. O hacía, hasta que el ser humano la dominó. No soy ningún genio. Sólo que en está relación, yo soy la naturaleza. Parece ser que se hace cuando yo quiero o tengo ganas. J lo remarca. Yo afirmo, sin darme cuenta antes. Soy naturaleza libre. Como los yuyos que crecen en el borde del balcon, en dónde sólo hay cemento y acero. Y sin embargo, allí se asoma un verde fluorescente, listo para romper cualquier regla.
La casa también es una forma de naturaleza. O, tal vez, sea el gato que adoptamos quién cambio todo el habitad. No sé porque hablo en pasado. Lo sigue cambiando. Es el centro. Seguro. Porque es en escencia lo más naturaleza que tenemos en el departamento. No quiero desprestigiar a la magia de la germinación y la insistencia de vida de las suculentas. Pero su dominió es lento, perceptible y dócil. Las macetas son peceras. Carceles perefectas. El gato es muy diferente. Y eso que ni siquiera quería hablar del felino. Es blanco y negro y esta justo al lado mío. A mi izquierda. A veces, mira el monitor.
Lo que trajo C, el gato, fueron pelos que se hacen ovillos. Limpio los pisos de la casa con la mano. Junto una bola de pelos mezclada con tierra y la tiro por la ventana. A veces, quiero juntarla en un frasco de mermelada y hacer una pelota. Y que cada vez sea más grande. Y que no nos deje lugar para vivir. Así saldría de mi zona. Sería una persona nueva. Este es mi error. Mi jugada perfecta que no conoce la victoria. Esperar y ver. Que pase lo que pase. No importa. Después se verá. Ayer borre esa jugada. Tengo la pizzara en blanco y un par de turnos médicos.
20.08.2019
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