Ganamos la batalla, pero no la guerra dije mientras veía al señor dejar la canasta de mimbre e irse por la misma puerta que la que entro. Hubo una vez, en la que conocí a una persona que no podía volver sobre sus pasos. No supe si era una enfermedad o solo lo hacía en público. Poco importa, salvo por el hecho de la noción de la repetición. Hubo una vez, en que quise indagar sobre las acciones que uno hace de forma mecánica. Como el señor, que va todos los domingos al puesto de diarios y después vuelve, sobre sus propios pasos y entra al local. Toma la canasta de mimbre y se dirige donde las tortitas negras yacen.
L odiaba al señor de las tortitas negras. Yo también lo odio. Pero admiro a L por ser más expresivo y no guardarse nada. Tal vez, porque sus pantalones son más ajustados y no tiene lugar en los bolsillos para poder guardarlas. L, directamente, escondía las tortitas negras. Y el señor, el señor de las tortitas negras, se resignaba, preguntaba y se iba, sobre sus propios pasos, con una docena de medialunas y ninguna tortita negra.


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