El transtlántico es la abuela. El abuelo es un trombón.

No me acostumbro a cerrar la puerta con llave. No me acostumbro a terminar una novela. No me acostumbro a los finales de una película. No me acostumbro el final del un recital, la enceguecedora blancura de las luces. Como, también, la asociación del apagón como el final de una obra de teatro. El punto final. La palabra “fin” en mayúscula reforzando de la idea de que ya está, se terminó, no hay nada más, se esfumó, evaporizó. Queda en vos, en mí, la experiencia.
Antes de irme a dormir, o mejor dicho, ya dormido, me levanto y camino hasta la puerta de entrada, tomo la manija y la bajo. Comprobando a ver si tal vez lo había hecho. Pero no. Nunca entraré en casa y me daré vuelta para cerrar el espacio. Bienvenidos los que sean. Entonces me acostumbro a eso, a estar atento que antes de dormir hay que pasar por el baño para lavarse los dientes y seguir uno  pasos más hasta la puerta de entrada y cerrarla con llave. Darle un fin al día. Un propio fin que no coincide con la entrada de la noche, con la cena servida, con el piyama puesto, con la ropa sucia en el cesto, con la mochila preparada para el día siguiente, con la luz del velador prendida, con el libro en la mesita de luz, con la televisión apagada.
El recuerdo es el mismo. Yo ya en cama porque era chico. Todo oscuro y los ruidos. Sonidos que venían de la cocina, del comedor, de la entrada. De puertas de alacenas que se abrían y cerraban. Formaban parte del ritual de quedarse a dormir en la casa de la abuela. Ella era la última en dormir y la primera en despertarse. Y ese recorrido con pasos somnolientos guardan en mí una imagen de mujer vigilante y protectora. Siempre exagerando, revisando más de una vez que no se haya olvidado de cerrar la llave del gas, que las pastillas sean las correctas. Y quién sabe que otra tarea. Era chico, con la oscuridad penetrante y profunda que me hacia no querer dormirme. Porque a veces uno duerme por cansancio y otras veces por costumbre. Yo no me acostumbro a dormir por necesidad. Duermo porque si, porque me canso, porque me escapo, porque me pongo triste, porque recuerdo, porque sueño, porque tengo dolor de espaldas, porque estoy solo, porque si.


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