Si independiente asciende, me compro la camiseta oficial.


Debo concederle tiempo de reflexión a un acontecimiento que no pienso dejar en manos de la aburrida y dura probabilidad. Vengo de un proceso largo, confuso, sin ningún punto final cercano. Me enfrento a la desmaterialización como un pintor se enfrenta a su última pincelada del cuadro terminado. Mi periplo tiene como objetivo el olvido. Un intento para que sólo sea, sin necesidad de algo externo, tan banal como un obsequio que perdura en el tiempo. Aquel objeto se vuelve eterno en mi, se proclama con un valor significativo volviéndose efímero para el resto. Cae en un mero sinsentido, una cosa por si misma, carente de vida. Y otra vez, en mis manos, logra describir momentos, transmitir olores, hasta recordar canciones. Son las experiencias las que no fugan. 
Confieso que no se lo dije. Pero tengo mis razones. Las excusas que me construyen como un hombre que mucho piensa y poco hace. No quiero irme por la tangente, haciendo catarsis subjetiva. Sólo quisiera contar que me había atrevido a desligarme de uno de aquellos souvenirs que conforman un universo que pretende encogerse. Pero la fuerza misma del concepto no hace nada más que expandirse. Y yo, quemando, respirando las cenizas. Hay más de mi en esa desmaterialización que en el aire. Me supuse libre, como un recién nacido que no conoce el mundo. Pero la victoria duro poco. La destrucción también es amor. 


Excusa 1: Este relato no termino, ni siquiera empezó. 

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