De algo ya sabías. Tus ojos no
mentían. Ojos blancos, transparente, cristalinos. Ojos entrecerrados, apenados,
tristes. “Ojos que no ven, corazones que
sienten”. Tu mirada desgastada no se animaba a buscarnos. Ya cansada se
quedaba congelada mirando el frío mármol, queriendo no mirar más. Y sin embargo,
estuviste ahí, presente, como pudiste, pero vivo. Sin importar lo que tu cuerpo
pedía, tu corazón seguía valientemente latiendo. Con tantas ganas que a veces
iba demasiado rápido que temía yo el peor de los finales.
Y es que las mascotas se
mimetizan con sus dueños. O viceversa. A mamá M nunca le enseñaron a bajar los
brazos. O mejor aun, no se atrevió a aprender. Siempre lista para afrontar
cualquier batalla. Preparada a superar obstáculos sin importar de qué tamaño
sea el que va a venir. Una autentica “mamma italiana”. Y ahí estabas, pidiendo
una despedida. Unas palabras, un gesto, una acaricia. Ya lo sabías, agonizabas
por dentro pero orgulloso te mostrabas con voluntad de seguir aquí, allí, acá
como los estás, en todas partes, en cada parte de la casa, en este instante,
para siempre.
En algún momento, se me ocurrió
algo poético, como escribir unas sinceras palabras y leértelas. Aunque no
escuchases, aunque no me vieras, aunque no me sientas. Y fue tan solo un “chau”,
como cualquiera. A veces, en el borde de un pensamiento esquizofrénico me
arrepiento de los abrazos que no doy. Del saludo cotidiano. De la posibilidad
de que tal vez sea ese el último encuentro. De golpe y porrazo, la parca no da
anuncios. Y me veo arrepintiéndome. Pero ya esta, me conformo con no
traicionarme. Tratar de ser lo más yo. Como vos que fuiste perro, el más perro.
Podría entonces recordar cada momento, contar alguna anécdota pero me las
guardo. Soy egoísta hasta cuando escribo, sobre todo cuando escribo porque me
siento vulnerable. A tu memoria brindo por todo lo que nos diste, regalaste, sin
nunca pedir mucho más a cambio. Incansable fiel compañero. Nadie podrá
reemplazarte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario