Jorge se preocupa, hace tiempo
que no se despierta en otra cama. No extraña el hábito pero su libido le impide
ser feliz. Por la noches, antes de programar el despertador abre el cajón de
los calzones, la mayoría boxer, y saca lo que tiene escondido. Mientras se
masajea, piensa en que casi toda su ropa interior está rota, que así nunca
podría invitar a nadie a su cuarto. Y dice cuarto, porque todavía vive con sus
padres. Se pasa el dedo por la boca, lo chupa, lame su uña al pensar en la
habitación de arriba, en sus padres durmiendo. Lo hace porque está triste. Al
despertar siente el peso de un elefante en su espalda inflamada por malas
posiciones. Pero no basta un comprimido farmacéutico. A jorge lo que realmente
le preocupa es el amanecer. No poder disfrutarlo. No ser conciente de su
existencia. Desea poder llegar al techo de alguna torre, contemplar el sol
saliendo. Tirarse al vacío. Y dejar una nota en el bolsillo de su camisa arrugada:
como el sube y baja, y la física aplica.
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