Las malas costumbres no se cayan sólo por heridas, por la automutilación. No hay daga, por qué no puñal, que me haga sangrar. No hay palabra que me haga cambiar. Los miedos que contruyeron el muro del castillo del no ser. Sin importar cuanto me esfuerce. Sin esformarme, no hay nada, de nuevo el no ser. Y, como siempre, fuera del circulo de la incomodidad. Te quedas con la nada.
Hay algo de eso. De la repetición de los días. De la repetición por el mero hecho de repetirse a si mismo, una y otra y otra y otra vez. De yo queriendo cambiar, haciendo siempre lo mismo. Y sigo así, sin más. Repetición y el cambio, dónde, dónde, dónde. Por falta de algo. Mejor pensar en la ausencia.
No encontramos curas, ni porque tus palabras lastimen, ni pongas carne al horno, ni planches tu ropa, ni aprendas a realizar el nudo de la corbata y riegues tus plantas y digas las cosas que otras quierene oir y hagas las cosas que otros esperan de vos.
Y, de repente, otra vez, estás cayendo en un pozo. El agujero es negro. No hay dudas de ello. Y la caida, un camino a la satisfacción de una vida sin sobresaltos. Y sentir el frío metal de la daga. Pensar que ya conocías ese sentimiento. Pero hay algo más. Un olor que viene desde el centro de la tierra. Un calor que le pertence al aliento de los dragones. Un humo provocado por los hombres de pies descalzos. Hay algo más que te hace ser. Ni que daga, ni que mierda de repetición. Vomitas lágrimas de impotencia y rompes tu remera. Las mareas se enfuencen y todo pierde el control Y sos vos, soy yo, somo nosotros y son ellos los que nos leventamos con el puño en alto.
Nota mental: Escribir más prolijo.

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