M no se da cuenta de los demás. Tan sólo busca su felicidad. Y está perfecto, la impunidad de la vejez. Ma me llevo a casa en auto. Me preguntó lo de siempre y yo le contesté lo de siempre. Después en casa ella lavó los platos y yo ordene la ropa. Cuando se fue quise hacer algo pero no pude. Me tire a dormir una siesta. Pero puse la alarma en vibrador sin querer y me desperté a las doces. Por suerte, había tarta de puerros en la heladera.
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