COMO POCAS NUECES.
Un reincidente cuando se trata de victorias certeras. Recordé y encontré triunfo En un llano domingo, como pocas veces, marqué números conocidos y organicé un partido de paddle. Volvía aproximarse el suave olor a victoria. Cuento con los dedos de la mano las veces que salí derrotado de las canchas de granaderos. Tengo una justificación meticulosa para cada una ellas. Es el caso del último tropezón de la semana pasada.
Habrá que ser precavido y aprender a registrar las premoniciones. La frase de mi compañero de trabajo, “es aburrido cuando se la pasan al malo”, entró por un oído y salió, rápidamente, por el otro. Un reflejo perfecto llego a ser el encuentro del lunes por la noche.
El partido comenzó con un cambio de parejas, casi, esperado. Yo con mi fiel pareja mientras que del otro lado de la red se formó un nuevo dúo: un alumno de tenis y un jugador temperamental. El partido se desarrolló parejo y predecidle. Ordenado y lento. Algunos puntos daban las iniciativas de buen juego. Pero, en un set lleno de errores, ganó el que menos se equivocó. La fortuna corría de mi lado, habían sido demasiados los traspiés de mis contrincantes. El segundo set pareció una repetición del primero. Sin embargo, más distendido, hice mi bandera de disfrutar el juego mientras mi rival tejía su telaraña. Promediaba la mitad del set cuando la estrategia salió a la luz. No fue muy difícil descubrirla, todas las pelotas caían en la zona de mi pareja. Él no es un jugador virtuoso. Su juego es áspero y sin imaginación. Su actividad se basa en pasar la pelota para el otro lado. Varía con algún tiro ganador, que no es otra cosa que una mezcla de suerte y discreta técnica. Su parte más vulnerable es el ataque, le cuesta tomar el mando del partido. Ante su carencia, deja que el otro le pegue y en base a eso responde. Pero no siempre la pasa con éxito. Es casual que luego de un arduo bombardeo caiga derrotado por un error. Así que la estrategia de mi rival fue “cansarlo”. Con éxito estableció devolver todas las pelotas a mi compañero de equipo. Con una inteligente pegada obligaba a mi pareja jugar al fondo de la cancha. Acrecentó mi desesperación al ver que el partido se me estaba yendo de las manos. Dejé pasar el set sin pena y sin gloria. Diseñaba mi propio plan de acción para el último set. No me gusta perder, menos cuando tengo la posibilidad inminente de ganar. Y como una brisa que anuncia la tormenta, pasó el segundo set.
Y comenzó todo otra vez. Sabía que debía sostener mi saque, sabía que debía proponer, sabía que debía parar el ataque hacia mi pareja, sabía lo que tenía que hacer y sin embargo fracasé. A pesar de darme cuenta del juego del rival, no pude hacerle frente. Mi juego se minimizó a tratar de robar alguna pelota que llegase a la zona de mi pareja. Pero mientras más intentaba atacar, más dejaba vulnerable mi propio cuadrante. La ansiedad le ganó al sosiego sumergiéndome en una corriente negativa. Mi juego empeoró. Ante la presión de ser el único de proponer otro ritmo de partido, mis falencias se acrecentaron. Cometí errores infantiles como devolver de forma sencilla los segundos saques. Era trágico, la estrategia de mi rival se materializaba en éxitos. Hay que agregarle que su compañero de equipo estuvo en un buen día. Inicio jugando mal. Usualmente, cuando comienza pegándole mal a la pelota, termina igual. Es un jugador muy psicológico. Sin embargo, su cabeza hizo un click y se recuperó acertadamente. Mostró un juego prolijo y picante. Y así fui que caí derrotado por los “mejores”. El resultado del partido fue apabullante: 6 - 3 / 3 - 6 / 3 - 6
Son días de reflexión. Hay que darle una vuelta de tuerca y proponer una dulce revancha. Me quiero sacar la espina de que sólo fue casualidad. Me voy a juntar antes del partido con mi compañero de equipo para ajustar algunos detalles del próximo partido. Quisiera salir victorioso….
Habrá que ser precavido y aprender a registrar las premoniciones. La frase de mi compañero de trabajo, “es aburrido cuando se la pasan al malo”, entró por un oído y salió, rápidamente, por el otro. Un reflejo perfecto llego a ser el encuentro del lunes por la noche.
El partido comenzó con un cambio de parejas, casi, esperado. Yo con mi fiel pareja mientras que del otro lado de la red se formó un nuevo dúo: un alumno de tenis y un jugador temperamental. El partido se desarrolló parejo y predecidle. Ordenado y lento. Algunos puntos daban las iniciativas de buen juego. Pero, en un set lleno de errores, ganó el que menos se equivocó. La fortuna corría de mi lado, habían sido demasiados los traspiés de mis contrincantes. El segundo set pareció una repetición del primero. Sin embargo, más distendido, hice mi bandera de disfrutar el juego mientras mi rival tejía su telaraña. Promediaba la mitad del set cuando la estrategia salió a la luz. No fue muy difícil descubrirla, todas las pelotas caían en la zona de mi pareja. Él no es un jugador virtuoso. Su juego es áspero y sin imaginación. Su actividad se basa en pasar la pelota para el otro lado. Varía con algún tiro ganador, que no es otra cosa que una mezcla de suerte y discreta técnica. Su parte más vulnerable es el ataque, le cuesta tomar el mando del partido. Ante su carencia, deja que el otro le pegue y en base a eso responde. Pero no siempre la pasa con éxito. Es casual que luego de un arduo bombardeo caiga derrotado por un error. Así que la estrategia de mi rival fue “cansarlo”. Con éxito estableció devolver todas las pelotas a mi compañero de equipo. Con una inteligente pegada obligaba a mi pareja jugar al fondo de la cancha. Acrecentó mi desesperación al ver que el partido se me estaba yendo de las manos. Dejé pasar el set sin pena y sin gloria. Diseñaba mi propio plan de acción para el último set. No me gusta perder, menos cuando tengo la posibilidad inminente de ganar. Y como una brisa que anuncia la tormenta, pasó el segundo set.
Y comenzó todo otra vez. Sabía que debía sostener mi saque, sabía que debía proponer, sabía que debía parar el ataque hacia mi pareja, sabía lo que tenía que hacer y sin embargo fracasé. A pesar de darme cuenta del juego del rival, no pude hacerle frente. Mi juego se minimizó a tratar de robar alguna pelota que llegase a la zona de mi pareja. Pero mientras más intentaba atacar, más dejaba vulnerable mi propio cuadrante. La ansiedad le ganó al sosiego sumergiéndome en una corriente negativa. Mi juego empeoró. Ante la presión de ser el único de proponer otro ritmo de partido, mis falencias se acrecentaron. Cometí errores infantiles como devolver de forma sencilla los segundos saques. Era trágico, la estrategia de mi rival se materializaba en éxitos. Hay que agregarle que su compañero de equipo estuvo en un buen día. Inicio jugando mal. Usualmente, cuando comienza pegándole mal a la pelota, termina igual. Es un jugador muy psicológico. Sin embargo, su cabeza hizo un click y se recuperó acertadamente. Mostró un juego prolijo y picante. Y así fui que caí derrotado por los “mejores”. El resultado del partido fue apabullante: 6 - 3 / 3 - 6 / 3 - 6
Son días de reflexión. Hay que darle una vuelta de tuerca y proponer una dulce revancha. Me quiero sacar la espina de que sólo fue casualidad. Me voy a juntar antes del partido con mi compañero de equipo para ajustar algunos detalles del próximo partido. Quisiera salir victorioso….
1 comentario:
Mmmm..esta historia (muy bien escrita por cierto) me deja reflexionando...creo q no me caben dudas sobre la identidad de "alumno de tennis", "jugador temperamental" y tu compañero de equipo a quien apodaré "raqueta de
madera"...mmmm...son muchos años de dedicada observación e investigación
Saludos amigo y representante querido!
Cambio y fuera
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